
La reciente elección del cardenal Robert Prevost como el nuevo líder de la Iglesia Católica ha traído consigo una tradición tan antigua como fascinante: La elección de un nuevo nombre papal.
Al ascender al trono de San Pedro, Prevost decidió ser conocido como León XIV, un acto cargado de simbolismo e historia. Pero, ¿cómo se escogen estos nombres? ¿Qué significan y cuáles han sido los más populares a lo largo de los 267 papas que han guiado a la Iglesia?
La práctica de cambiar el nombre de bautismo al ser elegido Papa no siempre fue la norma. Durante más de quinientos años, los pontífices mantuvieron sus nombres de pila.
Fue con el tiempo que surgió la costumbre de adoptar un nombre simbólico, ya sea para simplificar un nombre complejo o, más significativamente, para evocar a pontífices anteriores admirados, señalando así una continuidad en el liderazgo y una aspiración a seguir sus legados.
El recién fallecido Papa Francisco, por ejemplo, explicó que eligió su nombre en honor a San Francisco de Asís, inspirado por su amigo brasileño, el cardenal Claudio Hummes.
Esta elección no solo reflejaba su admiración por el santo de la pobreza y la paz, sino también un deseo de enfocar su pontificado en la humildad y el servicio a los más necesitados.
En el caso de León XIV, aunque el nuevo Papa aún no ha explicitado sus razones, la elección del nombre «León» resuena con una rica historia papal. El primer Papa en llevar este nombre fue San León Magno (León I), quien pontificó entre los años 440 y 461 d.C. Reconocido por su firmeza doctrinal y su habilidad diplomática, la leyenda lo recuerda por su encuentro con Atila el Huno, donde la aparición milagrosa de San Pedro y San Pablo disuadió al invasor de saquear Roma.
Más recientemente, el nombre «León» fue llevado por el Papa León XIII (Vincenzo Gioacchino Pecci), quien lideró la Iglesia desde 1878 hasta 1903. Este pontífice es especialmente recordado por su encíclica «Rerum Novarum» («De cosas nuevas»), un documento trascendental que abordó las condiciones de los trabajadores y la justicia social en el contexto del capitalismo industrial del siglo XIX.
Al analizar la tradición onomástica papal, algunos nombres destacan por su popularidad.
El más recurrente es Juan, elegido por primera vez en el año 523 por San Juan I. A lo largo de la historia, veintidós papas han llevado este nombre, siendo el último Juan XXIII (Angelo Giuseppe Roncalli), cuyo pontificado entre 1958 y 1963 marcó un punto de inflexión en la Iglesia Católica, preparando el Concilio Vaticano II.
Su santificación en 2014 subraya la profunda huella que dejó este nombre en la historia papal.
Otros nombres que han gozado de popularidad incluyen Gregorio, con dieciséis pontífices, y Benedicto, con dieciséis también, siendo el último Benedicto XVI (Joseph Ratzinger), quien renunció al papado en 2013.
La repetición de estos nombres a menudo refleja una admiración por las virtudes o el legado de papas anteriores que los portaron.
La elección del nombre papal es, por lo tanto, mucho más que una simple formalidad.
Es un acto deliberado que conecta al nuevo pontífice con la historia de la Iglesia, señala sus posibles prioridades y evoca las figuras de santos y líderes que han moldeado el camino del catolicismo a lo largo de los siglos.
En el caso de León XIV, solo el tiempo revelará la profundidad de su elección y cómo su pontificado se inscribirá en la rica tradición de los Leones papales.
Por: Ricardo Collazos